Antiimperialismo de pacotilla
de Aristides Ureña Ramos,
el Domingo, 19 de junio de 2011 a las 10:33
el Domingo, 19 de junio de 2011 a las 10:33
Antiimperialismo de pacotilla
Aristides Ureña Ramos
Santiago, 24 de noviembre del 2010.— Corría el año 1969, nos encontrábamos de regreso de la ciudad capital rumbo a Santiago y atravesábamos la Zona Canalera, que estaba bajo la jurisdicción norteamericana. La camioneta Datsun, malandada, en precarias condiciones mecánicas, transportaba a mi tío Erasmo, mi hermano menor y yo... como también a mi padre, que estaba luchando con una caótica guía del vehículo japonés.
Yo veía, a través de la ventana posterior, que nuestra camioneta botaba una nube de humo negro y blanco por su mofle, dejando una cola de humo que dibujaba el paso por toda la carretera Interamericana.
Noté que la precaria condición del vehículo preocupaba a todos los ocupantes, porque la camioneta no solo botaba humo, sino que perdía aceite del motor.
Los ojos aterrorizados de mi hermano menor, que se agrapaba a la manilla de la ventana y los nerviosos gritos de mi tío Erasmo, que repetía continuamente la letanía:
—“Esperemos que no lleguen los gringos... Porque si llegan, nos ponen presos a todos”—, procuraban una infinita tensión y ansiedad por el terror en nosotros, los más pequeños.
Y, como todo el mundo sabe... el Diablo está a la esquina de cada dificultad, nos encontramos con dos motorizados gringos de la Zona Canalera, que nos invitaron a pararnos en la cuneta, a la orilla de la carretera.
Mi hermano se pegó al vidrio trasero, como también yo... Y desde allí vi la maravillosa motocicleta reluciente de platinados metales, con grandes manubrios dorados. Y que, a pesar del sofocante calor tropical, los militares vestían blancos guantes de piel y jackers con insignias de grandes logotipos con águilas, fusiles y modernos jeroglíficos de incompresibles letras gringas.
Para mí esas dos figuras se amplificaban en mi mente, proyectando todas las atmósferas hollywoodenses, donde los héroes yanquis, defensores de la legalidad, ganaban guerras y difíciles batallas.
Es así que vi que el primero de ellos, que se acercó a nuestra camioneta, se parecía a HOSS de la serie televisiva Bonanza, por su estatura enorme y su figura imponente de cowboy, ambos militares poseían gafas con lentes oscuras, los soñados Ray-Ban, y hablaban con voz autoritaria, en un español tropezado, con fuerte acento extranjero.
Entonces, inician una extenuante discusión a manera de trato con mi padre, porque era evidente que la camioneta tenía que ser secuestrada y multada.
Pero mi padre hacía una negociación donde los resentimientos políticos y de rebeldía nacionalista se confundían de manera caótica con lo que acontecía en el momento... la orilla de la carretera se había transformado en tarima política para las reivindicaciones del pueblo panameño...
“El Líder”, mi padre, como le llamaban en nuestra ciudad, se la estaba “jugando toda”, pues, su petición era que nos dejaran pasar, sin ser multados, vistos los pocos metros que nos separaban de la llegada a Arraiján, para superar los confines de la Zona Canalera bajo jurisdicción norteamericana... petición que hasta ese momento los dos militares gringos no aceptaban, dado el coctel de motivaciones político—nacionalistas que mi padre quería hacer beber a los yanquis.
Entonces, los gringos ordenaron que todos los ocupantes desalojáramos el vehículo, que bajáramos y que nos pusiéramos con las manos apoyadas sobre la camioneta Datsun.
Y así fue que nos encontramos junto a mi padre y mi tío, requisados de pies a cabeza, pese a nuestra corta edad.
Allí uno de ellos, muy parecido a John Wayne, aborda a mi tío, por la bochornosa situación de dejarnos pasar sin multarnos, a condición de que ellos nos acompañarían hasta superar el límite... y dicho y hecho, así fue que se resolvió la momentánea situación.
Pero mi padre, testarudo como nadie, continuaba, dentro del vehículo, con sus discursos nacionalistas de rescate de soberanía y dignidad nacional hasta la llegada a tierra de jurisdicción panameña... y allí nos ordenó bajar y nos mandó —pese a nuestro gran miedo— a gritarle a los motorizados gringos:
—“!YANKEE GO HOME!”—
—“!YANKEE GO HOME!”—
—“!YANKEE GO HOME!”—
-- acompañado del gesto con el dedo de “fuck you”... y así hicimos y rápidamente regresamos corriendo a montarnos a nuestra camioneta, en zona de seguridad, allí donde podíamos defendernos, mientras mi tío gritaba:
--“!Corre, corre... ARRANCA, ARRANCA, ARRANCA!..” Y mi padre no lograba arrancar el carro, porque el vehículo no daba ninguna señal de vida.
Los gringos llegaron, en territorio panameño, nos quitaron la Datsun, la licencia de conducir a mi padre y nos pusieron una multa de 100 dólares americanos... pero lo peor fue que tuvimos que caminar hasta el poblado de Arraiján... fue allí donde juré que nunca más enfrentaría a los GRINGOS armado con pistolas de papelillo, chercheres viejos y discursos demagógicos de dignidad nacional...
aristides ureña ramos (1984 florencia-Italia, Dos cuentos de un niño interiorano, para el dia del Padre)
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