“Mujée Muleto”: Tía Iye y sus siete vidas..."
Aristides Ureña Ramos
Mi tía Iye, bailaba el tambor como una lagartija, moviendo la cintura como borriguero, por eso la llamaban “Mujée Borriguera”, pero los más guapos y bonitos -aquellos que entraban en intimidad con ella- decían que tenía el cuerpo bello como un venado; que en el lecho corcobeaba y gemía como un muleto.
Y fue en plena avenida Central, en la Placita, en el Mercado, como en cada lugar de Santiago, que los habitantes, abandonando sus quehaceres, fueron sorprendidos por el escándalo que poco a poco se regaba por toda la ciudad.
El fuerte sonido aumentaba su intensidad, como si se acercara un temblor, las personas perturbadas por el repentino alboroto, interrogándose entre ellas, trataban de darse una explicación de lo que estaba pasando y de pronto alguien, gritando a voz en cuello, señala con el dedo -allá, en el horizonte, sobre los techos de las casas- la sombra negra que a manera de nube oscura se acercaba rápidamente en el intento de cubrir el cielo... y fueron embestidos por un fuerte viento, por la oscuridad y el ensordecedor traqueteo que hacía trepitar fuertemente los corazones... eran el trinar y el aletear de millones de totorrones, ribilines, que, junto a negros tilingos, pasaban como endemoniados por toda la ciudad, chillando, en su coral bullí'o, un extraño y bestial canto de alegría.
Tal cantidad de bichos raros había cubierto la luz del mediodía... y así mismo fue que en medio de tanta confusión las campanas de la iglesia comenzaron a tocar, movidas por la furia del viento... lentamente la nube de bichos raros abandona la ciudad... y solo las campanas siguen vibrando... en un continuo 'ding, dong', anunciando que el peligro ha pasado.
Iniciaron entonces, entre la gente sorprendida, las respuestas y explicaciones a tan extraño fenómeno, nunca visto en estas partes... que en verdad se supo proveniente de la morgue del hospital, pasando, por la iglesia y acabando en la casa de mi tía Iye, en las últimas casas alineadas en las afueras de Santiago, camino a Montijo.
Tía Iye era morena como el cacao, la más bella de todas mis tías, quienes provenían de los caseríos cercanos a Puerto Mutis... de aquellas zonas en donde todavía se custodian los secretos del rojo del achiote y los misterios del Panamá profundo... Pero de lo que en verdad pasó... aquí les narraré.
En las afueras de la ciudad de Santiago, camino a Montijo, existía una tienda, bien nutrida, propiedad de un emigrante español... este había comprado una pequeña y modesta finca, a 20 minutos a caballo de la ciudad... es así que cada día tenía que viajar para abrir su negocio y en las primeras horas de la noche regresaba a su finca... fue en uno de estos regresos, en una noche oscura, de viento y aguacero, que en el camino se topó con un misterioso acontecimiento... repentinamente el caballo se puso nervioso, no quería caminar... al mismo tiempo, desde los matorroles, algo comenzaba a venir hacia él, era como una presencia ruidosa, de ramas cortadas y una hojarasca violentamente arrancada del suelo... e iba de salto en salto, vio un rostro de mujer con cuerpo de bicho raro, que pasándole por la cabeza, le tumba el sombrero y le espanta el caballo, que sale corriendo como bestia enloquecida, hasta llegar a su finca... el bicho raro lo corretea hasta llegar cerca de su casa, chillándole como venado, silbándole como pájaro y gemiéndole como mujer en calor... por todo el camino.
La aparición se repetía cada vez que la noche era oscura, de vientos y vendavales... fue así que el español se fue a donde su paisano, el cura de Santiago, y allí hablaron... al día siguiente dicen que vieron al propietario de la tienda limpiando la escopeta y lo que no pasó desapercibido fue que cogía cada bala y la señalaba, rayándola con la señal de la cruz, esta operación de rayado la hacía con los dientes... bañando las mismas con agua bendita, que le había dado el paisano sacerdote.
Y... vino la noche y el español esperó las horas más tardías, que eran de chaparrones... se encamina hacía su finca montado en su caballo, embraza la escopeta lista para disparar... y como de costumbre, en el mismo lugar, se le presenta el bicho raro, que comienza a bramar desde el matorral, el español apunta su escopeta y aprieta su escapulario... apenas sintió la bestia sobre su cabeza le descargó todas las balas que pudo... se oyó el peso de un cuerpo que caía entre los matorrales... el español bajó a buscar la bestia para darle el golpe final... pero... no encontró nada... regresó al día siguiente y encontró un charco de sangre..., pero ningún cuerpo... Allí el español bañó el suelo con agua bendita y puso una imagen de la Virgen del Carmen.
Ese día, en casa de tía Iye, había un gran ir y venir de familiares, solo le era permitido entrar a los más ancianos, todos se agachaban al orden severo de mi Mama Teófila (mi abuela)... también llegaron dos negros matreros cimarrones de los caseríos cercanos de Puerto Mutis, no se sabía qué había pasado, porque todo lo que sucedía era hecho en cerrada reserva..., pero nos habían dicho que tía Iye estaba grave, por morir... y fue así que vimos a tía Iye vestida de traje de lino blanco, en los brazos de los dos cimarrones, que la llevaban camino a la morgue de Santiago, le habían coronado la cabeza con un turbante blanco con pepitas de oro y flores de papo... y como encanto... los tilingos, totorrones y ribilines alzaron el vuelo... y comenzando a entonar un extraño canto de alegría.
La demás gente, que se había quedado en la casa, se encerró en el cuarto de tía Iye y solo se oía el canto y coro acompañado de un tambor, aquel tambor montijano... que, repicando antiguos tumba'os, hacía olvidar la tristeza, abriendo la puerta a la esperanza.
Dicen que el español regresó a la Madre Patria, porque enloqueció, incapaz de comprender a la gente criolla... y, pues..., de mi tía Iye les diré que... todavía sigue bailando como lagartija, viviendo sus restantes seis vidas, y que apenas oye una tamborera comienza a mover su caderas, transformándose en Mujée Muleto... contorneando su bello cuerpo de venado... mientras la aparición de unos tilingos hace que algún viejo recuerde aquel día en que el cielo santiagueño se cubrió de tantos bichos raros como nunca antes se habían visto...
ARISTIDES UREÑA RAMOS
Excelente! Me recuerda mi ninez, llena de esa fantastica mitologia criolla.
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